Por Beatriz Gimeno
Hace mucho tiempo que no me siento cómoda en el feminismo, que no tengo sitio. No me siento nada identificada con eso que se llama feminismo tradicional, aunque mucha gente me identifica con él. Tampoco tengo sitio en el otro lado, en el feminismo queer, donde creen que soy una feminista tradicional. No tengo para mí un espacio en el que poder sentirme plenamente a gusto, sola o con otras. No soy una feminista institucional, desde luego, porque nunca he estado ni siquiera cerca de ninguna institución, ni he cobrado nunca de ninguna institución feminista, ni tengo nada de lo que cuidarme o guardarme ante las instituciones, voy por libre y a veces digo cosas que incomodan. Pero respeto mucho la labor del feminismo institucional y le reconozco la importancia que ha tenido y tiene en los avances que se producen. No es mi sitio, pero es un sitio imprescindible. Con el feminismo tradicional, no necesariamente institucional, comparto muchas cosas, fundamentalmente la necesidad de la lucha política y social por la igualdad; la lucha imprescindible por tomar espacios de poder y por usarlos para cambiar las cosas. Las cosas se cambian desde el poder o en su cercanía. Yo sería una feminista que cree firmemente que la ley debe garantizar y promocionar la igualdad en las instituciones de todo tipo, económicas, educativas, sociales. Además, mi marco referencial es siempre la defensa de los derechos humanos, que son los que son y que no son ni discutibles ni relativos.
Pero al mismo tiempo, cuando estoy con esas feministas en una manifestación, concentración o acto, me siento como pez fuera del agua. No tengo, en lo personal, nada que ver con ellas, aunque soy tan feminista como ellas. En mi vida personal me sitúo claramente en los márgenes. Porque ese feminismo tradicional, por más que necesario y aun revolucionario en muchos aspectos, es muy conservador en otros y a mí, personalmente, me ahoga. Con las debidas precauciones que deben hacerse siempre que se generaliza, es verdad que a menudo es clasista, que muy a menudo es lesbófobo y transfóbico, que tiene prejuicios, que no entiende la política como pacto entre diversos sectores, que es rígido, no flexible, maximalista, que no sabe convivir con la diversidad ni humana, ni sexual y que a veces no sabe interpretar la sociedad de hoy. No se trata de volverse relativista, pero sí de saber interpretar el contexto, los cambios sociales y no estancarse en una sociedad que ya no existe.
Es obvio que el feminismo, como la izquierda, tiene problemas; se ha atomizado en colectivos no sólo diversos, sino a veces enfrentados e incluso enemigos. Y ha perdido influencia social porque cuando un movimiento se atomiza y ofrece respuestas muy diferentes a distintos problemas, el poder siempre va a buscar la interlocución del sector que le sea más próximo. En algunas cuestiones no avanzamos nada y en otras las feministas estamos retrocediendo porque además, se está visibilizando y ganando adeptos el antifeminismo, algo que hace unos años parecía imposible que pudiera suceder excepto en espacios muy reaccionarios.
Se ha avanzado mucho en igualdad legal y social pero el pensamiento de la igualdad no ha calado de manera masiva y además el antifeminismo se ha organizado y ha adquirido nuevas fuerzas y visibilidad. Los hombres han ido aceptado los cambios mientras no se tocaba su estatus ni privilegios, pero hemos llegado al punto en que o se incorporan a la igualdad (lo que implica renunciar a los privilegios) o no podremos avanzar más. Y será más difícil si la mayoría de las feministas no conseguimos ponernos de acuerdo en lo básico y eso implica escuchar a las otras, abrir debates políticos de verdad, pactar, renunciar a imponer, ver a las otras. Eso es la política.
El otro día me encontré con un artículo del economista Juan Torres sobre los problemas que tiene la izquierda para imponerse sobre las condiciones que generan hegemonía y pensé que su artículo era perfectamente aplicable al feminismo. El artículo se llama “Seis piezas para reconstruir la izquierda” y usando ese artículo como base, incluso copiando algunos párrafos y categorías, lo hago extensivo al feminismo.
Los tiempos cambian, pero a veces una parte del feminismo no. Más allá de defender algunas cuestiones básicas que son irrenunciables, parece cierto que la terminología, los tonos, las formas del feminismo convencional no encajan hoy con el lenguaje dominante en nuestra sociedad. Estamos hablando de una sociedad en la que el sexo tiene una presencia abrumadora, estamos hablando de prácticas sexuales no ortodoxas libremente asumidas y gozadas, estamos hablando de otras maneras de relacionarse las personas, estamos hablando de otras mujeres y otros hombres (aunque en lo sustancial no haya cambiado) pero admitamos que se han abierto otros espacios. Si bien mucho de esa hipersexualización admite una crítica política, que el feminismo tiene que hacer, creo que no todo puede rechazarse en bloque y sin discusión. Si el porno es machista, no todo tiene por qué serlo y muchas mujeres lo disfrutan; si algunas prácticas sexuales, como el BDSM, tienen una lectura patriarcal, también tienen lecturas alternativas. No se puede hacer desaparecer el contexto como si no existiera o demonizarlo en bloque: la pornografía, la banalización social del sexo, el sexo como objeto de consumo, el BDSM… Una parte de todo esto es antifeminista, otra parte no sólo antifeminista, otra parte permite espacios de empoderamiento, de libertad y de placer a las mujeres. No importa que sean los menos o que sean muy pequeños, hay que ocuparlos. Entre otras cosas porque si no lo hacemos esos espacios serán ocupados por el antifeminismo y desde ahí conectará con una parte importante de la sociedad.
Yo soy feminista más o menos tradicional en mi práctica política, pero tengo prácticas sexuales no ortodoxas que el feminismo condena, ¿No puedo hablar de ello? ¿No puedo escribir de ello? ¿Tengo que estar en el armario? ¿Cuánto hace que el feminismo tradicional no habla de sexo, de la materialidad del sexo, del orgasmo, de prácticas sexuales, de placer? ¿En qué momento los derechos sexuales y reproductivos se convirtieron en derechos únicamente reproductivos? ¿Cuánto hace que el feminismo tradicional ha dejado de ser irreverente, de hablar de empoderamiento sexual? ¿Por qué el feminismo heterosexual no puede ser queer? ¿Cuándo dejó el feminismo de ser una teoría sexualmente arriesgada?
El feminismo tradicional sigue hablando a los sujetos impersonales: en este caso “las mujeres”, lo mismo le pasa a la izquierda “la clase obrera, los inmigrantes”, etc. No se trata de negar la categoría mujeres, yo no la niego como hacen algunos sectores del posmodernismo, ahora en retirada; pero lo cierto es que, como dice Torres, los cambios no los realizan las categorías sociales sino las personas, y las mujeres de ahora son muy distintas entre sí, quizá más distintas que nunca. El sujeto del feminismo también somos las mujeres que tenemos prácticas sexuales no hegemónicas, las que no nos sentimos mujeres de la misma manera, quizá, que ellas, las que encontramos placer sexual en prácticas que esas feministas critican, a las que nos gustan las mujeres masculinas, a las que nos gustan las pollas de plástico pero no las de verdad, las que nos hormonamos, las que no nacimos con genitales femeninos, las que nos definimos como transgénero, etc. Ya sabemos que esa no es la realidad de las mujeres afganas o incluso de las mujeres maltratadas aquí mismo, pero a nosotras también nos importa que los sueldos sean iguales, que no exista el maltrato, que las mujeres sean libres, que participen paritariamente en política, que ocupen ministerios… También somos feministas. No se nos puede borrar.
Pero sobre todo, el sujeto principal del feminismo deben ser las mujeres más victimizadas o vulnerables y eso implica hablar con ellas y, a veces, estar en desacuerdo con ellas. Pero es muy difícil hablar de igual a igual si se cree de antemano tener las respuestas. Desde luego, en la práctica, las prostitutas no son sujeto del feminismo, ni las trans, ni las queer a veces ni las lesbianas en tanto que sean activa, visibles y orgullosamente lesbianas. En ocasiones, el feminismo tradicional parece que habla a los sujetos más excluidos del mismo desde la seguridad de que conoce sus destinos y la manera en que pueden conquistarse. En ese sentido, es cierto que al feminismo tradicional parece faltarle humanidad, verdadera empatía por las mujeres que sufren o que están en situaciones tan diferentes a las de ellas, que tienen acceso al discurso; es verdad que el feminismo se dedica a teorizar la justicia social mientras ofrece una cara muy alejada de la verdadera empatía. Es verdad que parece que juzga, o que sólo juzga, es verdad que parece que da órdenes. Le falta sufrir con las mujeres que sufren.
Dice que está en contra de la prostitución y a favor de las prostitutas pero eso a menudo no son más que palabras, ni una sola de esas feministas saldría a la calle por ellas. Yo también estoy en contra de la prostitución pero estar a favor de las prostitutas tiene que ser algo real; implica una toma de postura activa a favor de garantizar el cumplimiento de sus derechos humanos y en contra de la vulneración de los mismos, vulneración que no comenten sólo los proxenetas, sino también, y muy a menudo el Estado, la policía, las leyes… Como explica Juan Torres para la izquierda, hay una especie de separación cognitiva entre la manera en que ven los asuntos sociales y la manera en que lo expresan y la manera en que lo ven las víctimas. Sobran los discursos maximalistas que no generan simpatía en nadie, que la gente no entiende, que tan desagradables son de oír. Siempre te están regañando. Yo tengo esa sensación muy a menudo, de que me están regañando y juzgando y si la tengo yo, imagino cómo deben sentirse otras personas más alejadas del feminismo que yo.
El feminismo tradicional huye de los matices, de las zonas grises. Pero no hay soluciones simples para problemas complejos y el patriarcado es muy complejo y mezcal muchos factores, a veces encontrados. En esos casos, lo mejor es tener algunos principios inamovibles, pero pocos. Si el discurso está lleno de principios inamovibles ni se debate, ni se discute, y da una pobre impresión, de rigidez y de sapiencia.
Además, el feminismo tradicional viene mostrándose incapaz de gobernar la diversidad, incluso su propia diversidad interna. Nos hemos internado en batallas cainitas, divisiones, rupturas irreparables. Aun estando en desacuerdo profundo hay feministas probadas en distintos lados de las batallas que parecen haberse abierto en el seno del feminismo. El feminismo tradicional, a veces, muestra un serio desprecio por las experiencias vitales ajenas: el transgenerismo, el lesbianismo político, otros modos de ser mujer u hombre o nada, las mujeres masculinas, las que se hormonan, las drag king… No es que no lo compartan, es que no consideran que estas experiencias tengan valor ni tampoco que desde ellas se pueda sufrir opresión que merezca la pena combatirse desde el feminismo. Muy a menudo el feminismo institucional decide cual es la lucha principal y desprecia cualquier otra. Pero en las otras experiencias vitales hay sufrimiento, injusticia, discriminación y necesidad, también, de reconocimiento de la dignidad.
Claro que esto no es privativo del feminismo tradicional, sino que cada sector del feminismo tiende a pensar que su interpretación es la única que cuenta, y que tiene la solución para el problema. Esta es la misma patología que está arruinando a la izquierda. Es difícil asistir a debates más agresivos que los que a veces se dan entre nosotras. Son viscerales, pero así no puede haber una respuesta eficaz ante ciertos problemas. No estoy defendiendo que se tenga que hablar con todo el mundo, pero aunque haya desacuerdos profundos entre nosotras, sí deberíamos poder hablar de cuestiones básicas. No tenemos que hablar con empresarios del sexo, pero hay feministas partidarias de garantizar derechos a las prostitutas con las que deberíamos poder hablar para ser mucho más efectivas ante la trata de mujeres y niños, por ejemplo. Por lo mismo, el aborto, la lucha contra la violencia, el neomachismo, el SAP, la paridad, hablar de un mundo sin patriarcado… si pudiéramos hacer frente común sobre esos asuntos seríamos más efectivas y, sobre todo, no ofreceríamos tantos flancos abiertos al neomachismo que viene.
Verdaderamente los distintos sectores del feminismo no tenemos espacios para debatir sosegadamente. Los seminarios, las escuelas, los congresos, las jornadas… se hacen casi siempre desde la exclusión de las otras; no hay verdadero debate ni posibilidad alguna de puesta en común de nada, de entender a las otras, de hablar con las otras, de escuchar a las otras porque las otras también tienen cosas que decir. Es verdad que es muy difícil porque aquí se implican sujetos muy diferentes y organizaciones también diferentes y con objetivos distintos. Y no nos engañemos, esto tiene también que ver con el reparto de poder y, sobre todo, de recursos escasos que cada una busca repartir con su propio sector afín. Es necesario superar esa visión y sustituirla por otra visión más ancha.
Si asumiéramos la magnitud del problema, el resurgimiento del neomachismo, veríamos que es necesario un esfuerzo de convergencia que haga que en algunas cuestiones sólo exista, ante los poderes políticos, una interlocución feminista. En el camino quizá podamos abandonar algunos principios que se han quedado vacíos de contenido o que son abstractos. Es necesario cambiar, humanizar el discurso, pactar en algunas cuestiones, aceptar las diferencias, incluso aunque nos sean incómodas, de tal manera que podamos hacer una casa común más grande. Es necesario que seamos capaces de llenarnos de fraternidad por mujeres diferentes aunque no compartan nuestras posiciones, de pactar, eso es la política. Porque en todo caso no se puede retroceder a un mundo que no existe y hay cuestiones como algunas relacionadas con la sexualidad que han llegado para quedarse y, por tanto, hay que construir con ellas, con los mimbres que tengamos. Sin renunciar a principios fundamentales, pero transformando algunos, porque si no asumimos el reto nos vamos a encontrar con importantes retrocesos en los próximos años.
Fuente: El Ciudadano
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