miércoles, 25 de diciembre de 2013

Dictadoras, las mujeres de los hombres más despiadados de la historia

Por Ximena Torres Cautivo
“Las mujeres, como las masas, están hechas para ser violadas”, decía Mussolini, cuenta la periodista española Rosa Montero, en el prólogo del libro “Dictadoras: Las mujeres de los hombres más despiadados de la historia”. La cínica cita está puesta para dar cuenta de cómo estos hombres pasaban de lo personal a lo público, de lo individual a lo masivo, sin distinguir ni un límite. En términos brutales, eran protagonistas de su propio teatro y sus mujeres, las oficiales y las infinitas amantes, personajes secundarios a los que se podía incluso amar y ofender frente a cualquiera.
  
También cuenta que estas tristes historias –la de las mujeres de Stalin, de Hitler, del propio Duce y de Francisco Franco– son consecuencia de un programa de reportajes de televisión, que abordó con la curiosidad de una periodista novel. Nunca había hecho documentales y gozó y sufrió buscando la huella de sus“Dictadoras” en los lugares del mundo donde amaron y padecieron a la sombra de sus pavorosos amantes.  
Leer ese prólogo es palpar la pasión de una auténtica reportera, de una periodista genuina y de una notable narradora, y el libro asegura no es suyo más que en un diez por ciento, porque se basa en guiones escritos por un equipo para los documentales.
A Rosa Montero la conozco desde que la recluté como columnista para la Revista El Sábado de El Mercurio, luego me tocó presentar uno de sus libros en la Feria del Libro de Santiago y disfrutar en persona de su inteligencia directa, sin pretensiones ni ego. Y soy una fan de sus libros, en especial de las antologías que recogen su trabajo periodístico, como ésta. Su libro de “Entrevistas”, de perfiles humanos, ha sido la biblia de algunos de mis talleres sobre el género; sus “Parejas”, donde recrea a los amantes más famosos de todos los tiempos y que inspiró una serie similar a mi amiga Totó Romero en Caras ; y ahora “Dictadoras” son ejemplos palmarios de su talento para narrar con profundidad sin ser grave o pomposa. De ser culta sin pasar por densa; de ser entretenida y graciosa sin quedar como frívola; de llamar a la reflexión sin sonar a predicadora.
Dicho todo esto, pasemos a algunos textos que darán cuenta de cómo amaban estos cuatro sátrapas:
Stalin fue un coleccionista de“compañeras” bolcheviques a las que regaló hijos como quien reparte chocolates. Nadie, su joven segunda esposa (tenían 23 años de diferencia), es quien más lo padeció y quizás, dentro de todos sus vicios, violencia, alcoholismo y autoritarismo, a la única que él verdaderamente amó. Cuestión que no la salvo, por el contrario; él fue, quien con sus desplantes, motivó su suicidio.
En su tumba, el condolido esposo mandó a escribir lo siguiente: “Nadezhda Alliluyeva Stalin (1901-1932), miembro del Partido Comunista, de parte de Stalin”.

Adolfo Hitler fue otro tipo de amante: uno escuálido de aspecto, mamón de nacimiento, con inclinaciones pedófilas. “Un psicópata, un vampiro que chupaba la alegría de sus jóvenes amantes hasta desquiciarlas”, escribe Rosa Montero, en alusión a Mitzi, su amante de 15 años que intentó matarse cuando él la dejó; a su amada sobrina Geli, que se suicidó; a la fascista inglesa Unity, que se destrozó el cerebro de un balazo pero no murió, y a la tristemente célebre Eva Braun.
Benito Mussolini era un mujeriego y un misógino. Su lema era “Sólo la madre no es puta”. Y su espantosa y brutal ideología fascista consideraba que “el trabajo de la mujer torna imposibles la maternidad y la vida femenina”. El machista Mussolini distinguía a “las mujeres útero” (las esposas) de “las mujeres vaginas” (las amantes), y él tenía de las dos; mucho más de las vaginas, por cierto.

Clareta Petacci, la Petacci, fue la amante más fiel de Mussolini, vagina pero también útero, aunque no le diera hijos, porque al final murió fusilada a su lado, y su cadáver fue expuesto colgado cabeza abajo, junto al de su hombre. La única consideración recibida fue la de un fraile que le sujetó las polleras con un alfiler de gancho, para que no expusiera sus muslos.
Una delicadeza entre tanta brutalidad.
Francisco Franco, el caudillo, el viejo chico de voz meliflua, no fue un dictador normal, en términos sexuales. No tuvo amantes, fue monógamo y fidelísimo. Preñó a doña Carmen, su codiciosa y arribista mujer, fue a misa cada día de su vida, y murió en familia. Tuvo una vida ordenada, marcada por el oportunismo y una mujer, su esposa, Carmen Polo, que no puedo dejar de comparar con “Doña Lucía”, nuestra propia dictadora, la dictadora chilena, que tan bien describe Alejandra Matus en uno de los libros superventas de este 2013 que agoniza.

Fuente: Terra.cl

No hay comentarios: